De España, no del blog. Canción de hoy.
Como os comentaba en el anterior post, en Julio-Agosto fui a Londres a
realizar un curso de Interpretación en una Academia muy molona cuna de
actorazos como Benedict Cumberbatch,
Jim Broadbent y John Lithgow entre otros, y tuve una catarsis artística y existencial tal que provocó que
nada más bajarme del avión en Madrid me comprase un billete de vuelta a UK. Típico
impulso mío, lo que viene siendo un venirse arriba nivel: Experto que me sale sin tener en cuenta que vivo en un apartamento a rebosar de cosas,
que tengo un trabajo al que volver, una Escuela a punto de empezar el curso y unos
padres que van a sufrir una hemorragia cerebral cuando les diga que me voy…otra vez.
Pero es que ni me lo pensé vaya. La diferencia entre un país y otro es
abismal. Y ya no entro en temas de corrupción, política en general, educación,
empleo… sino que me centro en el ámbito que me toca. Allí la interpretación es
una carrera más, y como tal, tiene el mismo nivel y la misma consideración que
cualquier otra como puede ser Derecho, Biología o Empresariales. Allí ser actor
es una profesión, real y tangible, respetada y admirada. Si digo que soy actriz
en Inglaterra, la respuesta es “¡Genial!”; si lo digo en España, la respuesta
es “Ya, bueno, pero qué haces de verdad”. Porque aquí la gente se piensa que
ser actor es salir en “Velvet” y te preguntan constantemente: “A ver cuándo te
vemos en la tele, ¿eh?” Pues os voy a dar una noticia: ser actor no significa
salir en televisión. Hay una confusión entre ser actor y ser famoso bastante
preocupante y generalizada en este país. En España ponen a un famosete en una
película y lo convierten automáticamente en actor; en UK te formas
exhaustivamente para ser actor, y después, si eres bueno, puede que te hagas
famoso. Lógico, ¿no?
Pues eso, que me voy. Y claro, ¿cómo apaño todo? El tema de la Escuela es
lo más fácil, email comunicando la marcha y agradeciendo lo aprendido. La
cuestión del trabajillo de media jornada que vengo realizando es pelín más
complicado, pero vaya, que se cierra lo mejor posible el proyecto en marcha, y
punto. Mis padres… pobres míos están más que acostumbrados a que me vaya a
vivir a un sitio nuevo cada año, he vivido en 7 casas distintas y después de
haberme marchado a Miami y haber amenazado con trasladarme a China y Australia
en múltiples ocasiones, el hecho de que me vaya a Londres incluso les parece
chorradica.
El tema de vender todo el contenido de un apartamento amueblado hasta el
grado de haberse convertido en hogar, eso sí que es una batalla. Porque claro,
hace un año cuando decidí que quería venir a Madrid, pensé que me quedaría un
mínimo de 3-4 años, así que no me importó para nada meterme a alquilar un piso
totalmente vacío y contratar a un transportista que me trajese todos mis cosicas
de Pamplona a Madrid, y comprar otras tantas incluyendo nevera, lavadora,
colchón y hasta un fabuloso aire acondicionado! ¡Todo me parecía poco para mi
nueva vida! ¡Fuck yeah! Lo que viene siendo un venirse arriba nivel: Dios.
Así que disponía de un mes para vender TODO e intentar perder el menor
dinero posible. Muy bien, me hago perfil de Wallapop y empiezo a subir
artículos. Y en ese momento me doy cuenta de la cantidad de insustancialidades
que se pueden llegar a almacenar. Por el amor de Dios,
¿por qué diablos tengo tantos porta-velas? ¿Cómo han llegado a mi cocina 5 cajas para galletas, si desayuno cereales? ¿6 lámparas para un apartamento de una sola
estancia, en serio? ¿9 pares de palillos chinos y 5 servilleteros, María, ES EN
SERIO? (Hace tiempo, cada vez que voy a un restaurante asiático, insisto en
llevarme todos los palillos que ponen,hasta los que utilizo, aunque sean de los
desechables, y si tienen servilleteros, también. Tengo la casa llena, no los
uso para nada, pero no hay forma de convencerme para que deje de hacerlo oye).
Empecé fuerte, fijando como precio de venta un importe ligeramente superior
al que pagué yo por las cosas. Jajajajajajajaja, ilusa.
Tuve que ir reduciendo los precios progresivamente, aunque, para ser sincera,
mi vena comercial y mi instinto gitano consiguieron que liquidase prácticamente
la totalidad de mis posesiones al mismo precio que me costaron a mí. Lo que sí
he descubierto es que Wallapop no es únicamente una aplicación de venta de
artículos, sino que cumple una función subsidiaria: ligoteo puro y duro. Tiene un
práctico chat de conversación entre comprador y vendedor que en mi caso, era
receptáculo de interesantes mensajes tipo “no sé muy bien que comprarte, casi
mejor que me pase por tu casa a ver las cosas”, “seguro que encuentro algo que
me guste en tu apartamento”, y un largo y depravado etcétera. Al margen de
esto, tres de mis flamantes compradores me escribieron después de la
transacción para hacer patente su interés en invitarme a un café. Y finalmente
mi preferido, el envilecido y pervertido número uno. Os cuento.
Resulta que
entre todos los objetos que me dispongo a despachar, incluyo prendas de ropa. Trapillos
que ya no me pongo, otros que no entiendo por qué demonios me los compré en su
día pero achaco su adquisición a un estado de embriaguez sensorial inducido por
la música electrónica que resuena en los establecimientos unido a la bella
disposición de las prendas colocadas por orden cromático, ay chica no sé. El caso
es que tengo un sujetador que no me hace especial ilusión, que me he puesto en
contadas ocasiones, y del cual no me importa desprenderme, así que lo pongo en
venta. Y contacta conmigo un chico y me comenta que me lo quiere comprar. Me pregunta
si tengo más. Y yo pienso, vaya, pues los querrá para su novia, así que le digo
que se asegure de la talla de su novia antes de comprarlos, a lo que me
contesta: “no, los quiero para mi”. Ahá, correcto.
Bueno, no seré yo la que le impida al muchacho adquirir un sostén si le hace
ilusión, así que accedo a vendérselo siempre que sea en un lugar público, por
si las moscas. Reacciona muy positivamente ante mi respuesta, me propone un
centro comercial y me realiza una última petición: “Oye, cuando vengas, ¿te
importaría traerlo puesto? Y antes de entregármelo te lo quitas en el baño, así
me lo das calentito”. Perdona, ¡¡¿WHAT?!!.
Le dije que no, me ofreció el triple de dinero, le bloqueé.
Y bueno, digamos que ya he liquidado por mudanza y a estas alturas del mes
estoy más tranquila pero, hace un par de semanas, mi estado era otro. No había
vendido prácticamente nada y estaba de bajón. Quedé para tomar algo con los
compañeros de universidad, en plan despedida y tal. Eligieron un bar de
Castellana muy cool, rollo after-office. Yo nunca voy por esa zona, no la
conozco, no congenio especialmente, pero fui. Me sentía un poco fuera de lugar
y tuve dudas acerca de si me dejarían entrar con Converse, pero no eran tan
snobs. Así que nos sentamos y empezamos a ponernos al día acerca de las
novedades de cada uno. Todos tenían sus buenas noticias: cambio de empleo a un
puesto mejor, mayor salario, ascenso, compra de vivienda… sus estables, cómodas
y bienpagadas vidas, ejecutivos juniors muy currantes que han llegado alto y
tienen todo lo que socialmente se supone que uno puede desear. Y cuando me tocó
el turno de contar mis buenas nuevas, ya no me parecían tan buenas. Las decisiones
que he ido tomando de un año a esta parte me han sacado de esa ansiada
estabilidad, comodidad y seguridad y me han colocado en una situación de lo más
incierta. Y ahora ya ni te cuento, que me voy a Londres con el objetivo de
perseguir un sueño que tengo muy claro, al igual que tengo muy claro que no sé
todavía cómo lo voy a hacer. Y en ese momento, me sentí insegura, en ese
ambiente, me desinflé. De repente ya no me parecía tan buena idea, súbitamente
no se me antojaba tan remota la posibilidad de volver a trabajar en una empresa,
ejercer de abogada… No sé. Total que llegó la hora de pedir algo de comer, y
como no tenía pasta para pagar los solomillitos, arguyendo que ya se había
hecho tarde y tenía que volver hasta La Latina andando, me levanté de la mesa y
me marché francamente tristona.
Salí cabizbaja del establecimiento y comencé a caminar por el Paseo que
estaba inusitadamente desierto. En el máximo apogeo de mi derrota moral
momentánea preguntándome por qué rayos me había empeñado en dejar una brillante
carrera como abogada por irme a UK a ser actriz, se acerca un coche oscuro, de
lujo, y se para delante de mí. Se bajan del coche dos muchachos bastante
grandotes y trajeados, y mientras uno de ellos habla por un pinganillo, otro se
dispone a abrir la puerta trasera derecha del fastuoso auto. Curiosa, me
detengo a observar quién va a aparecer tras ese portón, pensando que se tratará
de algún Ministro o algún político de estos tan austeros ellos. Pero no. No,
no. Cuál es mi sorpresa cuando veo que, quien baja del coche es una de mis
deidades en persona, el bravo Leónidas, el mismísimo Gerard Butler.
Para los que no lo sepáis, es un actor bastante célebre de UK que dejó su
carrera profesional como abogado por su pasión por la interpretación. Y apareció
allí, en medio de la nada, ni una sola persona alrededor en esa calle por la
que nunca jamás me prodigo. Allí estábamos el señor Butler, los mastuerzos de sus
seguratas, y yo. Y me quedo plantada, clavada al suelo, inmóvil, subnormal
profunda. Mi cara.
Y claro, como no había ni un alma aparte de nosotros, comienzan a caminar hacia
el restaurante que quedaba a nuestra izquierda pero el fucking Gerard Butler
ralentiza el paso y se para al advertir mi presencia y mi exagerada cara de “no
puedo con mi vida en este momento”, se echa a reír, y me da pie a que utilice
mi boquita para hablar en lugar de babear. Entonces reacciono, me
aproximo a su imponente figura y le pido una foto. Uno de los gorruminos de seguridad
que tiene menos contenido que un huevo Kinder me ofrece una tajante negativa
ante tal petición, a lo que mi adorado nuevo novio le contesta que para nada le
importa, que por supuesto, y a continuación se pone a mi lado, me sonríe, sufro
un colapso mental que dura una milésima de segundo, y mientras me agarra
fuertemente de la cintura entrego el móvil al filimincias goriloide para que
nos eche la foto. Con dificultad ante el potente tembleque que sufre mi mano,
recupero el teléfono. Él me sonríe, me pregunta si todo está bien, le digo que
sí, me acaricia la espalda y se va. Entendí que era una señal del destino para
indicarme que hago lo correcto y debo seguir adelante, y me fui a casa con una sonrisa de
oreja a oreja.
Ahora me voy a Londres y no me llevo nada. Solo mi rifle, mi pony y yo.
Guau! Cómo me gusta! Lo he leído sin respirar. Un beso fuerte con abrazo
ResponderEliminarMuchas gracias Mari.... Sois únicas! Otro beso igual de fuerte con abrazo integrado también :-)
Eliminar