Hablábamos
de citas....¿quién no ha tenido nunca la típica cita rarita? Esa en la que, aún
mientras la estás teniendo, ya estás pensando en contárselo a tus amig@s en plan “fuala, vais a flipar”. Pues sí, yo de
esas he tenido varias, pero os voy contar solo tres, no vaya a ser que tengáis
pesadillas de por vida.
No están en
orden cronológico, pero sí es cierto que los 3 chicos son de Pamplona y más o
menos viendo la gente que me lee habitualmente, diría que enseguida comenzaréis
a tener sospechas y certezas sobre sus identidades. Obviamente no daré nombres,
yo no soy de vilipendiar, pero sí voy a aportar al relato ligeras descripciones
de los muchachos en cuestión . Si me conocéis un poco y tenéis en mente mi
historial, será fácil atar cabos jajajaja. Por favor, pido comprensión por
vuestra parte, estos zagales merecen un poco de respeto y manga ancha, todo el
mundo tiene días malos.
Por aquel
entonces yo trabajaba también los fines de semana y no tenía tiempo de mucho
asueto. Pasaba toda la semana hastiada de esto y de lo otro y necesitaba airear
mi cabeza con grandes dosis de actividad baladí y superflua los sábados por la
noche. Bien, pues estaba bastante colgadilla de un escritor, pupilo de Vargas Llosa.
Se trataba de un chico de gran inteligencia, con elocuente discurso y vasta
cultura musical, literaria y cinematográfica. Flacucho donde los haya, solía
llevar pantalones pegados que acentuaban sus delgadas garrillas y enormes gafas
de pasta. Tenía una sonrisa preciosa y olía muy bien siempre, como a
suavizante. Nerd de pueblo, a pesar de vivir en Pamplona gustaba más de visitar
el caserío familiar constantemente y profesaba amor por su ganado y sus
antepasados.
Era ya por
la tarde un sábado cualquiera. Temperatura suave y tiempo agradable, primavera
que deja asomar la cabecita al verano. Esa noche yo iba a salir fijo. ¿El plan?
Primero Navarrería,
y después lo que surgiera, como siempre. Yo ya había quedado con una amiga,
pero este chico me llamó para proponerme vernos más tarde. Accedí de buena
gana, siempre y cuando mi amiga se viniese con nosotros para que no se quedase
sola, y le sugerí que él también llevase a un amigo para poder juntarlos y así
tener él y yo tiempo de hablar y tal, y matar dos pájaros de un tiro.
Pues bien,
trajo a la granjera jefa de su pueblo. Que oye, que me parece muy bien eh, que
claro que una señora granjera tiene derecho a salir de fiesta con tres jóvenes,
pero vaya, que la cara de mi amiga fue....
Así que
nada, fuimos a la zona rockerilla de Pamplona y estuvimos confraternizando con
los parroquianos de los bares. La granjera estaba en su salsa charlando con los
típicos alumbradillos pegados a la barra del bar, por lo visto llevaba tanto
tiempo en el pueblo dando de comer a los cuticos que esta experiencia le estaba
resultando de lo más excitante, tanto que lanzándose a la piscina y en un
arranque de sensualidad se bajó la cremallera de su forro polar L’Igloo para
dejar ver su lustrosa figura vestida por una camiseta XL de kukuxumusu la cual
llevaba metida dentro de sus pantalones de petachos acabados en puño sobre unas imponentes y embarradas botas de
monte.... mmmmmm.
Mi amiga
por su parte comenzaba a estar harta de los bebecharcos que no cejaban en su
empeño de insinuarse como si no hubiera un mañana con toscos palabros
acompañados de misiles de cerveza macerados en baba, así que finalmente hizo
bomba de humo y huyó por la derecha.
¿Resultado?
Mi cita y yo nos quedamos solos, por fin. La conversación iba bien, hablábamos
de temas interesantes para los dos, con mucha fluidez y sonrisas confidentes.
Como debe ser vaya. Todo iba guay y parecía que la cita sería un éxito, hasta
que me sugirió que fuésemos a su casa.... No voy a entrar en la discusión de
“pues vaya, pues normal, no seas estrecha”
o “haces bien, nunca hay que ir a casa del tío en la primera cita” bla
bla bla. El caso es que yo no quería ir a su casa, así que con mucha diplomacia
le hice saber lo cansada que estaba a causa de tan extenuante semana y que lo
mejor para los dos era que yo me fuese a dormir. Él reaccionó sorprendentemente
bien a la noticia, y no sólo eso, sino que se ofreció a llevarme en coche a
casa. Excelente, pensé, este chico apunta maneras.
Así que
fuimos al coche, nos montamos, y arrancó. Puso música y comenzó a sonar esto, por lo que me vine arriba
y me despisté, y no me di cuenta de que con sutileza el muy cabrón se había
desviado del camino y me estaba sacando de Pamplona. Cuando fui consciente, le
grité con vehemencia que diese media vuelta, que me estaba llevando a su pueblo
y yo no quería ir. ¿Sabéis que me dijo? NADA. No me hablaba. Miraba hacia el
horizonte concentrado en la carretera. Jodido psicópata incipiente.
Durante todo el trayecto no me dirigió una sola palabra ni una respuesta a mis
incesantes peticiones de que parase y volviese, las cuales por cierto se iban apagando
poco a poco. Yo sabía que no me iba a hacer nada malo porque le conocía
bastante, teníamos amigos en común, pero realmente no tenía ni jodida idea de
cómo podía acabar esa situación. Finalmente llegamos, paró el coche y salió. Yo
me quedé dentro sin saber muy bien qué hacer. Se acercó a mi ventanilla, la
bajé y me dijo: “Pasa un autobús de vuelta a Pamplona dentro de tres horas.
Puedes quedarte aquí en la calle a esperarlo, o puedes venir conmigo”. Y ante mi sorpresa, vi
cómo no se dirigía a su casa, sino que se encaminaba por un sendero que llevaba
a una granja donde se atisbaba alguna que otra persona. No pensé mucho, salí
del coche y me coloqué a su lado. Ante este gesto, su cara cambió
completamente, esbozó una sonrisa de oreja a oreja y me dijo “¡Te he traído
aquí para que ordeñes una vaca!”.
¿¿¿Perdona??? O sea,
¿quéeeeeeee? ¿¿¿no se te ocurre otra cosa mejor si te pido que me lleves a casa
que decidir sorprenderme y secuestrarme para ir a ordeñar vacas????!!!! ¿¿¿¿En
serio???? ¿Qué diablos tienes en la cabeza muchacho?
La cuestión
es que al final tenía hasta curiosidad por llevar a cabo tan inusitada acción y
me llevé un chasco cuando el granjero nos dijo que las vaquicas no tenían leche
para dar.
Mi estimado compañero de aventuras debió percibir mi cara de decepción y
decidió sorprenderme de nuevo. Asió mi mano y me dijo, mientras corríamos, que
me iba a llevar a un lugar muy especial. Diablos, me dejé llevar. Mi corazón
latía a mil por hora (imagino que el hecho de ir a trote tenía algo que ver). Corrí
junto a él emocionada, con la sensación de no saber qué va a ocurrir, pero no
tener miedo de averiguarlo, you know. Y al cabo de pocos minutos, llegamos. Al
cementerio. Sí, el cementerio del pueblo señoras y señores, este chico sí que
sabe ser romántico.
Entramos, y me mostró una a una las tumbas de sus antepasados, parándose a explicarme variados detalles de cada uno, anécdotas, situaciones... Y entonces se emocionó y comenzó a llorar como un
descosido. Muy normal todo.
Finalmente
volvimos al coche, me llevó a casa en silencio, y no volví a hablar con él
jamás. De vez en cuando lo veo. Me escondo.
Jesus Christ!!
ResponderEliminarWhaaaaaaaaaaaaaaaaaaat?
Ya ves...
EliminarEstoy extenuada!!!
ResponderEliminarImagínate yo Mari!!
EliminarMaria.... ya trabajabas conmigo cuando te sucedio "eso"? tu sabes la de horas que hubieramos matado en esa libreria comentando esta azaña???? por cierto creo que un post comentando tu paso por la libreria y sobretodo analizando a tus compañeros te daria para muuuuuucho... parate a pensar.... semejantes ejemplares.... 😂😂😂
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