miércoles, 11 de marzo de 2015

La primera cita

Ay! El amor. Qué bonito es.

Qué mono es él, qué guapa es ella, que bien le huele el pelo, ay que ver cómo le quedan los vaqueros...

Esas imponderables primeras citas... Pasas más de una hora eligiendo ropa, maquillándote, peinándote...y mientras tanto ese run run en la tripita, esos nervios, esa sensación de “Ahhhhh ¡igual le escribo y le digo que no!”. Pero no lo haces, y vas.

Y llegas al lugar del encuentro y te invade el desasosiego. ¿Un piquito o los dos besos de rigor?
Hombre, dependerá claramente de si ha habido o no un rollete previo contra la pared más oscura de la discoteca, pero aún así no sabes, porque claro, han pasado varios días, y ahora aquí en medio de la calle, con toda la luz diurna y así en frío, y te va a ver los granos, pues.... pero vaya, que generalmente suelen ser dos besos para no arriesgar demasiado (que te hagan la cobra en el minuto 1 sería algo tristísimo).
Estos dos castos besos suelen ir acompañados de un excesivo impulso favorecido por la histeria del momento que provoca un fuerte choque de los huesos cigomáticos (oséase, ostiazo pómulo con pómulo), o bien que te comas el pelo de la otra persona, o bien en circunstancias excepcionales puede llegar a ocurrir que os dirijáis a daros el beso en la misma dirección (¡Ay! Jijijiji), y luego vais a cambiar de dirección y lo hacéis a la vez (¡Ay! Jijijiji), y finalmente decidís cambiar de nuevo, y sí, pazguatos, cómo no, lo hacéis otra vez en el mismo sentido (y esto ya da vergüenza ajena, en serio, aparte de parecer dos palomas desbocadas).

Superado este primer momento, el termómetro que marca vuestro nivel de vulnerabilidad baja de rojo a naranja, y os dirigís a donde demonios hayáis decidido que queréis tener vuestro recital de preguntas sin sentido, silencios incómodos y caras de fingido interés en lo que está diciendo la otra persona (cuando la realidad es que estás o bien sacándole defectos, o bien pensando en lo que vas a decir tú después, o muy bien admirando su portentosa pechonalidad).

A lo largo de este período pueden acontecer como un millón de situaciones distintas en función de vuestro grado de atracción mutuo, elocuencia, sentido del humor, compatibilidad, número de chorradicas vomitadas por minuto... y un largo etcétera. Pero lo cierto es que vais entrando en materia, la cosa se dinamiza, os relajáis, y acabáis incluso disfrutando y dejando fluir con naturalidad. Y esto suele llegar a tal punto que se da la circunstancia de que os venís arriba y soltáis alguna que otra mentirijilla piadosa para ensalzar vuestras virtudes (sí pues toco la guitarra; aha, voy al gimnasio 3 veces por semana; no, yo nunca veo Telecinco...). En principio no tienen graves consecuencias, porque el 80% de las citas acaban ahí. Sin embargo, como vaya a más la cosa, a ver como justificas tus vergüenzas... (aunque ciertamente llegado el momento, el grado de enamoramiento es tal que se disculpan este tipo de nimiedades).

Y me gustaría reseñar una tontería que me hace gracia pero que casi siempre ocurre, y me resulta harto curioso. En las primeras citas suele elegirse la opción de ir de cañas para tener así la posibilidad de charlar, conocer a la otra persona, dárselas de intelectual, y esas cosas... ¿Y qué ocurre cuando te tomas 3 cañas? Aparte del colateral chispeo, beber cerveza provoca ganas de ir al baño. Sí, efectivamente, te miccionas a muerte. Y se da la peculiaridad de que esta situación suele ser concebida como algo incómodo, en plan, “buah me meo un montón, y claramente tengo el baile de sambito y las piernas cruzadas con fruición porque me da todo el palo decir: ¡voy al baño!”, y vas postergando el momento más y más, hasta que ya no aguantas, y esperas a una pausa en la conversación (o la cortas, en función de tu necesidad), y espetas la tan temida a la par que liberadora frase de “Voy al baño, ahora vuelvo”. Y mientras la otra persona que se queda sentada piensa “Mierda, yo también me meo un huevo”, y se queda esperando, aguantando como un champion hasta que su cita vuelve del baño, y se produce el momento: “Jejeje, pues ahora voy yo”, “¿Ah sí? Jeje, vale”. En fin, cosas que pasan y contra las que no se puede hacer nada (hombre, siempre puedes ir a vinos, pero el inevitable roncho morado que se queda en los pellejillos de los labios da bastante desapego...).

A ver, y por supuesto que esto es una análisis anecdótico y poco romántico de lo que ocurre en las (primeras) citas, y claro que pueden ser maravillosas, pero hablar de eso no es divertido. Y la verdad es que no soy una experta en citas, pero sí puedo vanagloriarme de haber tenido algunas estupendas y otras exacerbadamente surrealistas. Y obviamente tampoco os voy a hablar de las primeras, porque las interesantes son las segundas.

Aunque he vivido múltiples aventuras y desventuras os voy a contar 3 en concreto que me hicieron darme cuenta de las serias anomalías mentales que pueden llegar a sufrir los seres humanos.

¡Pero será la semana que viene! Ahahaha. No obstante, os voy a dar un adelanto para que se os haga la boca agua: chistes de Eugenio, el prado de un valle, los Illuminati, intento de secuestro, granja de vacas... Esto y mucho más en el próximo post! (Bueno, lo de mucho más no sé, sustancialmente hablaré sobre esto).


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