Si recordáis en la anterior
entrada os hablaba de uno de los intríngulis del artisteo que más repelusilla
me provoca: la hipocresía, lo que viene siendo el besar y querer y dorar la
píldora porque sí. La mala costumbre de usar los apelativos “amor”, “cariño”,
“cielo”, “rey” y un largo etcétera desde el minuto uno y con todo el mundo sin
distinciones, como si es el colega de un colega que te acaban de presentar. Los
abrazos, los besos, los picos... (de esto ya hablé pero es que sigue trastornándome
un poco).
Y sobre todo, el mentir como si no hubiera un mañana con una única
finalidad de doble vertiente: o hacerte quedar bien a ti, o querer
agradar a tu interlocutor. De una u otra forma, alguno de los egos sale
fuertemente reforzado.
Bueno, me propuse hacer un
experimento: no mentir NADA DE NADA a lo largo de 5 días y analizar qué diablos
ocurría a mi alrededor. Vamos a ver...
Primero las reacciones de los
demás.
No recibí ninguna hostia (para consuelo de unos y decepción de otros), o por lo menos físicamente
hablando. Y digo esto porque hubo un par de miradas o tres que no trataron de
ocultar un imperioso deseo de asesinarme con un machete ahí mismo, y también las hubo
de estas que son más falsas que el pelazo de Hilario Pino y suponían una señal clara e inequívoca de que en cuanto me diese la vuelta me
iba a empezar a pitar el oído izquierdo profusamente.
Sí recibí algún que otro mensaje de “Hola! Oye, ¿te pasa
algo conmigo? Te he notado rara hoy...”, o “¿todo bien?”, o “¿he dicho algo que
te haya sentado mal?”, y similares. Pero de ahí no pasó la cosa.
Resumiendo, sí pude ver reacciones de extrañeza y
sobresalto a pesar del mutismo generalizado.
No estamos acostumbrados a una sinceridad recta y sin florituras, eso se nota.
Las respuestas honestas se perciben muchas veces como muestras de antipatía,
brusquedad, falta de tacto, frialdad y descortesía. Y no debería ser así.
Tendríamos que ser capaces de encajar respuestas francas, aunque muchas veces
no se correspondan con lo que nos gustaría oír (porque encima tiene bemoles la
cosa; ¿cuántas veces hacemos una pregunta y terminamos con la coletilla, “con
sinceridad eh”, y nos contestan sinceramente, y vamos nosotros y nos ofendemos?
¡Me incluyo ojo! Deberíamos dejar de mostrar estas evidencias de retardo mental,
no?)
Por lo tanto, mi conclusión es que la gente no es tonta.
La peña es perfectamente consciente de la cantidad de mentiras que pululan a su
alrededor pero nos gusta rodearnos de algodón de azúcar. Queremos que nos digan
que sí, que nos agasajen y que nos den lo que ansiamos, que llenen nuestros oídos de palabrería lisonjera, importando más bien poco si es verdad o no.
El problema viene cuando las mismas personas que nos enaltecen y nos
ofrecen sus ditirambos y encomios, luego se dedican a bisbisear y hablan mal de
nosotros, nos venden por un chicle y nos pisan como a una hormiga desvalida.
Pero este en sí no es el problema, ¡el problema es que nos ofendamos! Madre
mía, ¿en serio?
¿En serio pensabas que esa persona que el día que te
conoció te dijo que eras maravillosa y te abrazó y con la que intercambiaste el
número de teléfono con la entusiasta frase de “fuala, tenemos un montón de
cosas en común!”, y con la que ya has cenado en tu casa y en la suya en plan
improvisado súper friends compartiendo confidencias, y con la que ha habido un
intenso trapicheo audios de whatsapp y cómplices cafés... habiendo ocurrido
todo esto en las 2 primeras semanas de conoceros... en serio pensabas que esa
persona era amiga tuya de verdad? ¿En serio? Diez puntos para ti.
¡Rediossssh! ¡Que los amigos tardan en hacerse! ¡Que los puñeteros
hashtags #muerodeamor, #love, #newfriends... no valen nada!
Pero bueno, prosiguiendo con el análisis, también me sirvió para darme cuenta de cuándo y cuánto miento yo.
La mayor parte de falacias que salen por mi boca sirven
para disfrazar un simple y directo: “NO, gracias”. ¿Por qué nos cuesta tanto
decir que NO? No, no, no, no, no, no. No. Es que no queremos herir los sentimientos de la otra persona... bueno, ¡pues
para eso está el “gracias” de después!
Básicamente miento cuando no me apetece hacer algo, o no
quiero confesar cierto tema personal, o cuando no quiero socializar porque prefiero
estar sola, o cuando quiero escabullirme de alguna responsabilidad impuesta...
lo que viene siendo para el ESCAQUEOOO en todo lo concerniente a mi persona.
Y en lo que respecta a mis mentiras sobre los demás, he
sido consciente de que sí lo hago, sí, cuando llego a la conclusión de que se
trata de una mentira piadosa que va a ser mejor solución que una verdad no constructiva,
no deseada e innecesaria, en plan: “Síiiii, claro tía, no te preocupes”, “fijo
que no ha tenido tiempo de contestarte”, “noooo, no te queda mal eh”, “es cuestión
de tiempo, ya verás”, “síiii, se me pasó contestarte, ya si eso quedamos!”. Y
estas cosicas.
(Los que acabáis de descubrir ahora mismo que os mentido
haciendo uso de alguna de estas encantadoras consignas...Soy lo peor, perdón ;-) ).
Miento, pero miento poco y la gran gran gran mayoría de las veces lo hago de forma "defensiva" e inofensiva, y no de forma "proactiva", con ánimo de malmeter o hacer daño, en absoluto. (Esto es una opinión mía sobre mí y si pensáis que no es del todo cierta, podéis decírmelo, pero sed sinceros eh).
Así pues, y a modo de cierre, diré que mi grado de
transparencia se encuentra en torno a un 75%. Mi amiga Nai por ejemplo se
acerca al 90%, mi madre ronda el 100% (hasta el punto de hacerme reaccionar así).
Y poco más. Como colofón final, podríais ver esta peli.
¿Cómo sería un mundo sin mentiras?........
Y cuando pides perdón a la gente con la que has utilizado alguna de esas coletillas estas volviendo a mentir. Cuando lo digiste lo hiciste siendo consciente de lo que decías y lo volverías a hacer.
ResponderEliminarYours I