Entre que cojo el metro, una cosa y otra, las 00.30 h. Toco el timbre de la
pensión. Nada. Lo toco de nuevo, nada. Vale, que no panda el cúnico. Voy al “Chino” que me ha indicado
el regente y recojo la llave.
Cuando llego me encuentro con la típica tienda de
ultramarinos que abre hasta horas intempestivas, con un señor chino gordito
sentado tras el mostrador visionando una película con mucho esmero.
“Hola, buenas noches –digo-, vengo a recoger un sobre que ha dejado para mí
el regente de la pensión de aquí al lado”.
Cara de póker del chino. No dice nada, me mira unos segundos más, y vuelve
a fijar su atención en la pantalla. “Perdone -insisto- ¿No tiene una llave para
mí que ha dejado el regente de la pensión de al lado? Me ha dicho que lo hace a
menudo. Está en un sobre a nombre de María”.
Me vuelve a mirar con cara de no saber qué diablos le estoy contando,
pero esta vez me contesta: “No sé nada. No sé. No”.
Vuelvo al condenado portal de la pensión y toco el timbre con avidez. Nada.
Nadie. Inesperadamente aparece un grupo de muchachas con aspecto calamocano,
con claras evidencias de estar ahumadillas para que me entendáis, y hacen amago
de entrar al portal. ¡Albricias! ¡Estoy salvada! “¡Chicas, chicas! – grito- Dejadme
entrar por favor, que no me abre nadie en la pensión.” Les parece algo divertidísimo
y no oponen resistencia. Entro.
Subo al piso y aporreo la puerta poseída por el espíritu de Sauron. Nada.
Nadie. Llamo por teléfono y lo oigo sonar al otro lado de la pared. Nada.
Nadie. Me siento en las escaleras y me resigno a esperar, no sin antes haber
bramado una interesante miscelánea de improperios mirando al cielo.
¡Bah! ¡Que le jeringuen al regente y a su pensión! ¡Me
voy a otra! Y en ese mismo instante se abre la puerta y una parejita de
acicalados señores sale por ella. Les imploro que no cierren y uno de ellos visiblemente
azarado se amarra con fuerza al otro, que me está mirando con desprecio, como
si fuera una muggle. Les intento explicar mi situación y que soy totalmente
inofensiva, y suavizan el gesto de la cara. El más audaz de los dos me deja
pasar haciéndome prometer que si alguien pregunta diré que encontré la puerta
abierta. Sí sí lo que tú digas.
Estoy dentro. Y ahora ¿qué? No hay llaves, no hay nadie. Solo un montón de
puertas cerradas a lo largo de un obtuso pasillo. Dejo en el suelo la maleta y tras
otear el perímetro me aventuro a buscar entre los papeles de la mesa de
recepción. Por un momento me siento dentro de un capítulo de Alias pero el olor
a choto que irradia la pensión me devuelve súbitamente a la realidad. Encuentro
un número de teléfono y llamo. Responde el regente y le cuento todo lo que me
ha ido aconteciendo a lo largo de la última hora. Se ríe a carcajadas el muy
hijo de meretriz. -“Es que el Sr. X (si pretendéis que me acuerde del nombre
del chino vais listos) es un poco rarito. Pero sí, él tiene la llave”.
Perdona ¿qué?
Bajo hecha un basilisco con el moño despeinado y la raya corrida y me
planto en la puerta del “Chino” con vívidos deseos de matarle lentamente. “Perdone
–espeto- pero tiene usted mi llave. La tiene en un sobre en el que pone María”.
El muy miserable dirige su mirada rápidamente hacia algo que oculta bajo el mostrador. Alucino en
colores.
-“No, no tengo”, me dice mientras niega con la cabeza.
-“¡Oiga lo tiene usted ahí! ¡Tiene mi sobre! ¡Sáquelo por favor!”
Vuelve a mirar bajo el mostrador, y luego me mira a mí, con ojos de sospecha
(fuera bromas), y saca un sobre blanco. Pone María.
-“Tú..... ¿María?” – dice.
-“¡No! ¡La Santísima Trinidad! ¡Pues claro que soy María! ¿Pero qué pregunta
es esa? ¿Acaso esperabas a otro tipo de María? ¡Hace una hora he venido a
pedírtelo y me has dicho que no tenías ningún sobre!”
“Nooooo, no sé. No eras tú. Era otra María”. Se ríe y me da el sobre como si nada, y se
gira para continuar viendo la película.
Ehhhhhh....
A todo esto son casi las 2 de la mañana. Por fin subo a la pensión y entro
en mi habitación, perdón en mi armario. Quepo perfectamente de perfil, me doy por satisfecha. Me desplomo sobre la cama.
Ignoraba que me quedaba por delante una semana llena de aventuras: vecino de habitación con
un serio problema de secreción de flemas, camión de basura que estaciona justo
debajo del balcón a las 3:00 am, baños comunitarios sin papel y con cadenas estropeadas… ¡Ay
infeliz!
Y bueno. La verdad es que encontré un piso compartido en la Calle Mayor en
el que estuve viviendo un mes, que fue el tiempo máximo que pude aguantar sin
que la tristeza, la oscuridad, la desolación y la muuugreeeeeee se apoderasen
de mí de forma inexorable.
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